25 años de Chernóbil

Publicamos un texto que, con motivo del 25 aniversario de la catástrofe nuclear de Chernobyl, nos ha hecho llegar el compañero de Ecologistas en Acción – Albacete, José Julio del Olmo. Al igual que tantos otros en todo el Planeta, nosotros también decimos alto y claro, hoy igual que ayer y que mañana:

El 26 de abril de 1986 hapasado a la historia reciente de la humanidad, unido al nombre de Chernóbil, por el mayor desastre ecológico, económico y social ocurrido en tiempo de paz. Ese día, en medio de una prueba en la cual se simulaba un corte eléctrico, el reactor 4 de la Centralaumentó de forma imprevista su potencia, lo que produjo un sobrecalentamiento de su núcleo que hizo explotar el hidrógeno acumulado en su interior, liberando enormes cantidades de uranio, cesio, estroncio, erbio y otros isótopos radioactivos. Las autoridades de la antigua Unión Soviética intentaron durante dos días ocultar el desastre, y sólo cuando varios países europeos detectaron niveles anormalmente altos de radiactividad en el aire, reconocieron lo sucedido.  La calificación del desastre alcanzó la máxima en la escala de sucesos nucleares: nivel 7 en la escala INES (International Nuclear Event Scale). Las consecuencias de esa explosión fueron terribles: en los primeros días, más de treinta personas murieron por la contaminación recibida en las tareas de “control” del incendio del reactor, y más de ciento treinta mil personas que vivían en la ciudad que daba nombre a la central fueron desalojadas de sus casas, sin poder recoger ninguna de sus pertenencias. Decenas de miles de trabajadores, conocidos como “liquidadores” trabajaron en pésimas condiciones para retirar los materiales de mayor actividad y poder acceder al núcleo fundido del reactor y cubrirlo con hormigón. En los años siguientes, miles de personas desarrollaron diferentes tipos de cánceres y otras enfermedades, sin que hasta el momento se conozcan las cifras reales de muertes, malformaciones y lesiones producidas por la exposición a la radiación en Ucrania, Bielorrusia y varios países más de Europa. Otra de las consecuencias que produjo la catástrofe de Chernóbil fue el declive económico y social que aceleró la caída del muro de Berlín y el final dela U.R.S.S.

Veinticinco años después de aquella tragedia, la situación se repite en otra instalación nuclear de uno de los países más avanzado tecnológicamente, cuyas centrales se aseguraba que estaban construidas a prueba de terremotos y tsunamis. Sólo que en el caso de Fukushima son cuatro los reactores dañados y la cantidad de radiactividad que puede liberarse podría superar en los próximos meses la de Chernóbil, como ha reconocido la propia Agencia Nuclear de Japón. Si bien es verdad que aún no se ha producido ninguna muerte directamente debida a la radiactividad liberada, las consecuencias futuras son inciertas. Sin embargo, las consecuencias sobre la agricultura, la pesca, el turismo, el abastecimiento eléctrico o la subsistencia de las poblaciones más próximas, son más pesimistas conforme van pasando los días y se recogen nuevos datos de contaminación del aire, del agua y del suelo. Un mes después, la calificación volvió a alcanzar, como en el caso de Chernóbil, el nivel 7. Günther Öttinger, comisario de Energía dela Unión Europea, recurrió a Dios y ala Bibliapara describir la crisis nuclear japonesa. «Hay quienes hablan de apocalipsis y la palabra me parece muy apropiada», dijo el comisario en el Parlamento Europeo. «Todo está prácticamente fuera de control», agregó. «No excluyo lo peor en horas y días venideros», insistió. Antes se había encomendado al Cielo: «Espero que con la gracia de Dios se pueda evitar lo peor».

Sin embargo, los sucesos de Chernóbil y Fukushima no son los únicos, aunque sí los más graves, de la corta historia de la utilización de la energía nuclear. Recordemos que sus inicios, en 1945, fueron las dos bombas lanzadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki. Pero, además, durante las cinco décadas siguientes, cientos de pruebas nucleares por parte de las naciones con armamento atómico (EE.UU., Francia, Unión Soviética-Rusia, Reino Unido, China, India, Pakistán y Corea) han contaminado océanos, ríos, acuíferos, desiertos, y estepas con miles de toneladas de material radiactivo. Y las centrales nucleares que producen la energía “más limpia y barata”, como se esfuerzan en repetir sus partidarios, están plagadas de sucesos y accidentes en los poco más de cuarenta años de vida desde que en 1964 se puso en marcha el primer reactor nuclear con fines pacíficos en Calder Hall (Reino Unido),  y aún hoy sigue pendiente de resolver (si es que hay respuesta posible) a la cuestión de los residuos de las centrales nucleares. Nuestro país cuenta en la actualidad con ocho reactores en funcionamiento, después del cierre de Zorita, en 2006 y el incendio y posterior cierre de Vandellós I en 1989, calificado con el nivel 3 de la escala INES. Dos de ellos son de la misma tecnología que el de Fukushima: el de Garoña, en Burgos, cuya vida útil ya ha alcanzado el tiempo previsto y prorrogado hasta 2013 por el gobierno español, y el de Cofrentes, que se ha autorizado recientemente una prórroga de diez años a su vida prevista de treinta años, que cumplirá en 2014.

Finalmente, hay que recordar la cuestión pendiente de la ubicación de los residuos nucleares que se han producido y seguirán produciéndose mientras dure la actividad de las centrales españolas. El llamado ATC (almacén temporal centralizado) deberá contener los materiales de mayor actividad durante los próximos ochenta a cien años, mientras se encuentra una solución a la gestión de esos peligrosísimos, durante miles de años, productos de la fisión del uranio. La decisión es una espada de Damocles que pesa sobre distintos municipios españoles, entre ellos el más próximo a Albacete de Zarra, a menos de veinte kilómetros de localidades como Carcelén, Alatoz o Almansa.

Aunque sólo han pasado veinticinco años desde que el mundo tembló viendo lo que estaba sucediendo en Chernóbil, ha tenido que ocurrir otra vez en Fukushima para que las voces de la humanidad se oigan más que las de los que se empeñan en poner en riesgo la vida en nuestro planeta. ¿Será esta vez la última ocasión? “Entre todos hay que levantar” como cantaba Labordeta.

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